Cuando un mallorquín habla del “corazón de Mallorca” no se está refiriendo únicamente a un espacio geográfico determinado, ni tampoco al conjunto de expresiones socioculturales que forman una manera muy propia de entender esta identidad. Está hablando de ambas cosas a la vez. Porque es precisamente en esta zona del centro de Mallorca, tan desconocida para muchos de los turistas que visitan la isla durante el verano, donde late con más fuerza el carácter de una tierra que ha sabido combinar la tradición y la modernidad y mantener su idiosincrasia y sus costumbres para acabar alzándose como un lugar ideal donde quedarse a vivir para siempre.
Los pueblos del interior como Santa María, Alaró, Algaida o Selva -por citar solo unos cuantos-, siguen conservando su personalidad a pesar del paso del tiempo, una identidad ligada al campo y a la proximidad de las montañas, pero que ha asumido la influencia benéfica de los aires costeros y las corrientes de modernidad y progreso que llegan desde la ciudad en la forma de una apuesta decidida por el ocio y el descanso. Con la vista puesta en los hermosos paisajes de la Sierra de Tramuntana, simpar telón de fondo de un escenario poblado por almendros en flor, olivares milenarios y viñedos, la vida discurre plácida entre calles y plazas que se mantienen fieles a la arquitectura tradicional y donde el tiempo parece transcurrir más lentamente.
El carácter de sus gentes y la singular combinación de la orografía con el clima suave que reina durante todo el año, han conseguido el perfecto equilibrio entre tradición y modernidad, el mayor tesoro de quienes viven en el centro de Mallorca. El mallorquín, amante de la buena mesa y el excelente vino, disfruta comprando productos locales en los mercados semanales que se celebran en diferentes pueblos del centro de Mallorca, ha conservado antiguas recetas gastronómicas de platos que dan un sabor excepcional a la vida cotidiana. Y es que hoy como ayer, hay cosas que se mantienen inalterables no importa el tiempo que haya transcurrido. De la misma manera que no hay pueblo ni villa del interior que haya dejado de celebrar cada año sus tradicionales y bulliciosas fiestas patronales, el resto de costumbres que conforman su alma -como esas animadas tertulias entre vecinos que, sentados en la acera, disfrutan del fresco en las noches del verano mallorquín- siguen manteniéndose inalterables casi hasta en sus más mínimos detalles.
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Empezando por Algaida o Sineu, pasando por Alaró, Santa María y Binissalem, hasta llegar a Marratxí, Llubí o Selva: En el centro de la isla reina la “otra” Mallorca, regiones típicas, tradicionales y preciosas lejos de los enclaves turísticos. Aquí encontrará desde encantadoras casas de campo, fincas con privacidad y/o autosuficientes, posesiones mallorquinas, villas modernas, apartamentos hasta propiedades únicas. Viñedos, molinos, mercados semanales, pueblos pintorescos, comida casera, artesanía, además de vistas sobre la cercana Sierra de Tramontana, a veces incluso hasta el mar; en ningún otro sitio se puede conocer mejor la Mallorca “auténtica y verdadera” que en el centro de la isla. Y si uno quiere disfrutar del ambiente de una gran ciudad, Palma e Inca están a solamente 10-20 minutos de la mayoría de los pueblos.
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