Los últimos acontecimientos nos han transformado en ‘criaturas hogareñas’. Concepto que, como casi todos, tiene sus pros y sus contras. El aumento en el consumo televisivo, de las plataformas digitales en la mayoría de los casos, es uno de los que se sitúan en el centro de este juicio. Aunque los más cinéfilos darán fe del placer que procura una noche de series o ‘pelis’ ataviados con mantita y armados de palomitas y chocolate. Existe un concepto de ida y vuelta a este respecto: hogar y cine, cine y hogar. Como si fuera un palíndromo.
Las películas en las que la casa cobra gran protagonismo son un subgénero en toda regla al que Hitchcock dio un buen empujón con su sinpar Rebeca, peor tratada en el reciente remake de Netflix. Plataforma que nutre con más éxito a los seriéfilos mediante productos como La maldición de Hill House, compendio que moderniza el mito de la casa encantada.
No obstante, no es necesario pasar un mal rato para disfrutar de este binomio cine-hogar. Los ochenta y noventa fueron prólijos con joyitas como Sólo en casa, No matarás... al vecino, Esta casa es una ruina o Dulce hogar... ¡a veces!
Opciones para disfrutar de una tarde de domingo e ir vislumbrando la casa de nuestros sueños… O nuestras pesadillas. Todo depende del momento.
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