Como los matojos secos que ruedan por el desierto en las películas del oeste. La provincia de Álava es una de las más despobladas del país respecto a su capital. Sin embargo, el territorio Histórico no tiene nada de desértico. Estamos en las antípodas de ese paisaje. La lluvia que tantos planes nos arruina, nos provee también de escenarios naturales sin par. Y estos, a su vez, de remansos de paz a dos pasos de la capital.
Los amantes del deporte son algunos de los habitantes de la zona rural alavesa. Los hay desde los seguidores de prácticas distendidas como el golf (que se reparten en las cercanías de los tres campos alaveses: Larrabea, Zuia e Izki) hasta los partidarios de opciones más adrenalíticas. El citado campo de golf de Larrabea o el pantano de Urrunaga, por ejemplo, albergan dos de nuestras propiedades dispuestas para el ejercicio de estas actividades.
Hay quienes, por el contrario, buscan amalgamar el silencio y reposo que sirven pueblos de la provincia sin renunciar a las bondades de la capital. Estíbaliz es una de las mejores muestras de esta miscelánea. Allí existen desde hogares que ahondan en el neoclásico arquitectónico vasco hasta los que se entregan a las últimas tecnologías, extremo paradigmatizado en nuestro sector mediante la domótica. Lasarte o, sobre todo, Elorriaga comparten esta virtud de la cercanía.
Cautivadores alternativas al ritmo frenético -aunque no lo sea tanto en nuestra ciudad- de la cotidianidad del urbanita.
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