¡Bienvenidos a St Barths!
La aventura llamada San Bartolomé comienza en el mismo aterrizaje: la pequeña aeronavede hélice sobrevuela la colina para, después, dirigirse en picado –o al menos eso parece– a la pista de aterrizaje. Esta es preocupantemente corta y muere en el mar color turque-sa. Contenemos un momento la respiración, pero enseguida el piloto toma tierra de for-ma segura y consigue parar la máquina antes de que esta se moje los pies. Solo pilotos con licencia especial tienen permiso para aterrizar aquí... ¡Bienvenido a Saint-Barthélemy, St. Barths o, en castellano, San Bartolomé!
La isla significa mucho para muchos: 21 kilómetros cuadrados de naturaleza paradisíaca, lugar de retiro para ricos y superricos, y de fiesta para la gente guapa. Leonardo DiCaprio es un habitual, al igual que lo son Beyoncé y Sharon Stone. Bill Gates tiene aquí una casa y Paul McCartney se recupera junto a su esposa número tres de su esposa número dos. ¿Que por qué vienen todos aquí? La isla es bonita; el ambiente, relajado. La infraestructura es buena y la criminalidad, casi inexistente.
Todos factores importantes para los muchos visitantes adinerados. Aquí nadie se da la vuelta por una celebrity. Hay muy pocos hoteles, pero los que hay son buenos. La mayoría de los turistas que pasan sus vacaciones en la isla alquilan una casa; desde 10 000 euros por semana...
No precisamente un capricho barato. Colón descubrió esta isla, que forma parte de las Antillas Menores, en 1493 y la bautizó con el nombre de su hermano Bartolomé. Después pasó a manos de los franceses hasta que el rey Luis XVI se la vendió al rey sueco Gustavo III.
Desde entonces, su capital, una pequeña y pintoresca localidad portuaria, se llama Gustavia. Para el rey Carlos Gustavo y la reina Silvia, una buena excusa para visitarla de cuando en cuando, aunque San Bartolomé, desde 1877, vuelve a ser francesa. Haute cuisine en el Caribe, ¡eso no falla! En ninguna otra isla de este mar se come como en San Bartolomé. Con regularidad llegan chefs “estrellados” desde Francia para mimar los exigentes paladares de los huéspedes. Sin reserva es casi imposible conseguir una mesa en uno de los aproximadamente 60 restaurantes de la isla. De ahí que un almuerzo con David Matthews en su Eden Rock Hotel sea algo así como ganar el gordo de la lotería. Y una experiencia de lo más entretenida. Alto, deportivo y muy desenfadado –viste un polo–, nos recibe para comer en el restaurante de la playa del Eden Rock y pide de entrada “el mejor vino blanco que tenemos”. No suena para nada fachendoso, sino simplemente afectuoso. David Matthews ha insuflado nueva vida al legendario Eden Rock Hotel, situado sobre una enorme formación rocosa frente al mar en la bahía de Saint Jean.