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- por Michaela Cordes
Tras las huellas de Dian Fossey
Gorilas de montaña en Ruanda

Edición
02/23
Ubicación
Ruanda
Fotografía
David Yarrow
Fue incómoda, apasionada y pagó con su vida por proteger a su gran amor. Por primera vez en 37 años, desde la muerte de Dian Fossey, el número de gorilas de montaña en Ruanda está aumentando. Una visita a un país fascinante que ha encontrado una nueva identidad tras el genocidio de 1994 y que hoy practica políticas basadas en el bienestar, el amor y el respeto.
¡Ahí! Se escucha un crujido en los arbustos detrás de nosotros. Veo una mano, cubierta de un largo pelaje negro, que intenta agarrar una rama de bambú. Le sigue una sonora masticación. «¡Quieta, no te muevas!», dice Ignacius, mi guía, emitiendo un sonido profundo y vibrante: mhmm... mhmm.... En el lenguaje del gorila significa: «No te haré nada». Mientras el macho de espalda plateada sigue comiendo sus plantas favoritas, un gorila más pequeño se coloca detrás de mí.
Lentamente me giro hacia él. Me mira, casi con timidez pero también con curiosidad, y luego se adentra en la selva apoyado en los nudillos de sus manos. «¡Ven conmigo!», dice Ignacius y sigue al espalda negra (un ejemplar macho, que, con el tiempo, se convertirá en espalda plateada) a través de la espesura. Para abrirse paso entre la densa vegetación, Ignacius despeja el camino con un machete. Le sigo agachando la cabeza para evitar las espinosas ramas. La visión del machete me estremece, pues no solo fue este el cuchillo elegido por los cazadores furtivos, responsables hasta hace poco de la matanza de innumerables gorilas de montaña en Ruanda, sino también el arma que se utilizó durante el genocidio de hace 29 años para asesinar brutalmente a cerca de un millón de personas en apenas cien días.
Sin duda, el capítulo más tenebroso de la historia del país, pero parte integral de su pasado, a pesar del gran dolor. En aquella época, casi todos los ruandeses perdieron al menos a un familiar. Combatir el odio e invertir en un futuro esperanzador ha sido una elección consciente. Como resultado, Ruanda está considerado hoy uno de los países más modernos de África. Así, un 65 % del parlamento está ocupado por mujeres; la capital, Kigali, es la ciudad más limpia de todo el continente; en 2018 se prohibió el uso de bolsas de plástico y la protección de los gorilas de montaña es una prioridad absoluta del país.
«Elegimos el perdón en lugar de la venganza», dice mi chófer, Emmy, en la carretera de Kigali a Bisate, antes de explicar dónde empezaba originalmente la ruta de los gorilas. Me muestra con orgullo los radares de velocidad, similares a los que conozco de Alemania. Situados a pocos kilómetros de distancia entre sí, incluso en carreteras comarcales, son los responsables de reducir el elevado número de accidentes mortales. También hay más de doscientos monumentos en memoria de las víctimas del genocidio, un llamamiento sincero y claro a no repetir semejante acto de violencia, ni aquí ni en ningún otro lugar del mundo.
Si quiere visitar a los gorilas de montaña, debe armarse de paciencia.
Ruanda ha experimentado un cambio de mentalidad igualmente transformador respecto a sus exóticos habitantes. Dian Fossey, que llevó a cabo una feroz campaña contra la actitud permisiva del país hacia los cazadores furtivos en la década de los años setenta y advirtió que los gorilas de montaña se extinguirían a finales del siglo XX, es hoy una heroína.
Visitar a los gorilas de montaña requiere paciencia; llevo casi doce meses esperando este encuentro. Esta extraordinaria aventura está muy solicitada; la lista de espera es larga. De un total de veinte familias de gorilas, se permite visitar cada día únicamente a una docena: en grupos de hasta ocho personas, durante no más de una hora. «Tenemos clientes que reservan hasta con dos años de antelación», explica Ingrid Baas, directora de operaciones de Wilderness Rwanda. Inaugurado en 2019, este maravilloso lodge situado en el Parque Nacional de los Volcanes está siempre lleno; los entendidos lo consideran el punto de partida perfecto para una excursión en busca de gorilas. Tras una noche algo corta y agitada en este elegante y acogedor alojamiento con habitaciones individuales enclavadas en la montaña como si de una colmena se tratara, me levanto a las cinco de la mañana, meto el equipo contra la lluvia y los guantes (para protegerme de los arbustos espinosos) en la mochila y me calzo las botas de trekking y las polainas que me he traído de casa (para evitar que los insectos entren en el calzado). Luego salgo en 4x4 hacia el punto de encuentro para el avistamiento de gorilas, donde me asignan a uno de los doce grupos.
Equipados con fiambreras, botellas de agua y bastones, comenzamos el ascenso. Bajo el mando de tres guías, atravesamos los campos de judías y patatas al pie del volcán Sabyinyo, de 3669 metros de altura. El hecho de que los agricultores locales cultiven estas tierras nos hace comprender hasta qué punto el ser humano se ha acercado al hábitat de los gorilas de montaña. El monte Sabyinyo es uno de los ocho volcanes de la cordillera de Virunga y se extiende por Ruanda, Uganda y la República Democrática del Congo. En estos tres países colindantes los gorilas se mueven libremente sin restricciones fronterizas. El último recuento oficial en las montañas de Virunga identificó 1060 ejemplares. Se trata de un resultado esperanzador, ya que en la época de Dian Fossey solo quedaban 250 ejemplares de una especie que comparte hasta el 98 % de su ADN con nosotros, los humanos.
Se acerca la hora de comer en este soleado día de diciembre en el Parque Nacional de los Volcanes, al noroeste de Ruanda, que ahora es el hábitat de 20 familias de gorilas de montaña. La temperatura es de 24 °C y no hay ni una nube de lluvia a la vista. Justo antes de encontrarnos con los gorilas, nos piden que nos coloquemos las mascarillas para proteger a estos animales raros. Ignacius explica: «Desde que insistimos en las mascarillas, nuestros gorilas enferman mucho menos. Y no solo por la pandemia del coronavirus. Estos simios son, en general, muy sensibles y se contagian fácilmente de otras enfermedades humanas».
Los gorilas de montaña son practicamente herbívoros y toman su primera comida sobre las diez de la mañana, después de abandonar su nido nocturno. Cada noche dedican unos cinco minutos a construir un nuevo lecho con ramas y hojas (por razones higiénicas, ya que también lo utilizan como retrete). El mejor momento para visitar a los gorilas es después de su primera ingesta. Es entonces cuando están satisfechos y cansados, lo cual no es de extrañar, ya que un espalda plateada adulto de una estatura de 1,70 metros puede comerse hasta treinta kilos de vegetales en un día.
En la actualidad, estos grandes primates apenas tienen depredadores a los que temer, a diferencia de la época de Dian Fossey, cuando sus principales enemigos eran cazadores corruptos que salían a secuestrar a una cría de gorila. En sus detallados artículos en publicaciones como National Geographic, la investigadora estadounidense denunció esta brutal matanza ante la opinión pública internacional.
Hay que recordar que las familias de gorilas luchan ferozmente para proteger a sus crías. Por ello, los cazadores furtivos a menudo tenían que matar a todo un clan para poder capturar una sola cría de gorila, que luego vendían al mejor postor con destino a un zoo occidental. Una familia puede estar formada por entre diez y veinte miembros, lo que explica en gran medida el drástico descenso de la población de gorilas de montaña durante la época de Fossey. «Por suerte, desde entonces los zoológicos han aprendido que los gorilas de montaña solo pueden sobrevivir aquí, en su hábitat natural», explica Ignacius.
Cómo protege Ruanda a los gorilas de montaña
Otra razón por la que el Gobierno de Ruanda ha volcado todos sus esfuerzos en la protección de los gorilas de montaña, introduciendo severas penas para la caza furtiva y apoyando públicamente a la Fundación Karisoke, que Dian Fossey fundó en 1967. Desde que se rebautizó como Dian Fossey Gorilla Fund, innumerables celebrities han hecho generosas donaciones para la conservación de estos animales en peligro de extinción. La más famosa es la presentadora de televisión Ellen DeGeneres, que quedó tan impresionada y conmovida por su primera aventura con los gorilas de montaña que mandó construir en Bisate un museo ultramoderno dedicado a Dian Fossey llamado The Ellen DeGeneres Campus of the Dian Fossey Gorilla Fund, en honor a los gorilas de montaña y para ayudar a educar a los visitantes sobre ellos. Tras su apertura en febrero de 2022, personalidades como el piloto de Fórmula 1 Lewis Hamilton y el actor Harrison Ford se han sentido abrumados al entrar en contacto con esta especie de primates.
Hoy, la fundación cede el 10 % de sus ingresos turísticos al Estado, lo que a su vez permite que cada habitante de Ruanda se beneficie de los ingresos del turismo de gorilas, frenando así a los cazadores furtivos. Además, un equipo de científicos y médicos locales trabaja día y noche para ampliar nuestros conocimientos sobre estos animales. Ocho de las veinte familias de gorilas que viven aquí se observan exclusivamente con fines científicos.
El seguimiento de los gorilas es la labor de los llamados rastreadores de gorilas, que también son responsables de documentar diariamente la salud y los hábitos de estos animales. Ahora parten en busca de la manada de Kwisanga, la familia que voy a ver hoy. Por walkie- talkie, los rastreadores indican a nuestros guías el camino a seguir.
Kwisanga significa "sentirse como en casa".
Kwisanga significa «sentirse como en casa». Debe su nombre a su extraordinaria historia. «En esta familia de gorilas hay dos espaldas plateadas. Llegaron a nosotros hace 15 años desde el Congo, y nunca más regresaron», me cuenta más tarde Loyce, ahora subdirectora del Wilderness Bisate Lodge, pero antes, durante once años, empleada del Parque Nacional de los Volcanes como guía. Me explica que para convertirse en guía de gorilas es necesario hacer un complejo curso de formación y que los criterios de selección son estrictos. Solo diecisiete de los mil aspirantes consiguen aprobar.
Al adentrarnos en la selva tropical al pie del volcán, la naturaleza se vuelve mucho más salvaje: aquí viven, junto a los gorilas, también elefantes y búfalos, a veces una verdadera amenaza para los turistas. «Ayer tuve un grupo con un participante que se puso nervioso y quiso huir cuando los elefantes se dirigieron hacia nosotros», nos cuenta más tarde uno de los rastreadores. También se producen situaciones inesperadas cuando no son los rastreadores los primeros en encontrarse con los gorilas. «Nunca hay que olvidar que son animales salvajes — advierte Loyce, que en once años como rastreadora solo se ha topado una vez con una familia de gorilas muy agresiva—. Más tarde nos enteramos de que una de sus crías había quedado atrapada en una trampa para antílopes, por lo que toda la familia estaba estresada».
De todo esto, ni rastro, cuando por fin veo a toda la familia Kwisanga, el destino de mi visita de hoy. Lo que encuentro es una atmósfera de somnolienta armonía. Cuando llegamos a la frondosa elevación, de repente empieza a llover. Observo a un mullido gorila bebé, relajado y bostezando mientras se acurruca junto a su padre dormido, el segundo espalda plateada de la familia. Otro gorila joven sale dando tumbos de entre los arbustos de bambú y se sienta justo delante de mí. Como visitante, hay que mantenerse al menos a siete metros de distancia. «Siempre que se acerque un gorila, debes permanecer muy quieta», me había advertido antes Ignacius. Así que mantengo mi posición y, de repente, me encuentro tan cerca de este gorila adolescente que con solo estirar la mano podría tocarlo. Pero, a diferencia de Dian Fossey, que se hizo famosa en todo el mundo por el asombroso trabajo con los gorilas de montaña que documentó en su exitoso libro Gorilas en la niebla, nosotros tenemos estrictamente prohibido tocar a los animales. Me acuerdo de los impresionantes documentales que realizó porque, de pronto, el joven gorila se tumba panza arriba, comprometiéndome una y otra vez con su mirada mientras juega con sus pies, igual que un bebé humano. Cuando empieza a llover con más fuerza, su madre aparece de repente de entre los arbustos, recoge a sus hijos y se los lleva a tumbarse con ella bajo la protección de un árbol. Solo el segundo y poderoso gorila de espalda plateada permanece sentado estoicamente, casi desafiante, bajo la lluvia con los brazos cruzados. Frunce los labios en lo que parece un gesto de fastidio.
Al cabo de una hora exacta, se acaba nuestro tiempo y nuestra audiencia única con estos majestuosos animales. Los gorilas parecen ser conscientes de ello, ya que el gorila de espalda plateada se levanta y pasa muy cerca de mí antes de desaparecer entre los arbustos para refugiarse por fin de la intensa lluvia.
Han pasado treinta y siete años desde la muerte en 1985 de Dian Fossey, que luchó con tanta pasión para garantizar la supervivencia de las criaturas que amaba, y cuyo asesinato aún no se ha resuelto. Los humanos siguen siendo la única amenaza para la supervivencia de los gorilas de montaña, y la pérdida de su hábitat natural es uno de los retos más difíciles. Por eso, el compromiso de Wilderness va mucho más allá de la mera integración de los aldeanos en la empresa. Todo el pueblo de Bisate celebra la ceremonia anual en la que se eligen los nombres de los gorilas recién nacidos. Y aquí, la gente ya está orgullosa del nuevo y ambicioso proyecto puesto en marcha por Wilderness: la reforestación masiva alrededor del Wilderness Bisate Lodge ampliará considerablemente el hábitat natural de estos animales. «Nuestro objetivo es extender de forma significativa el parque nacional para que los gorilas de montaña tengan más espacio en el futuro y para que nuestro lodge algún día se encuentre en medio de la selva», me dice Ryan, el gerente del Wilderness Bisate Lodge.
Antes de partir, me ofrecen la posibilidad de plantar un árbol: es una Hagenia abyssinica, también conocida como secuoya africana, que vive hasta 250 años, y resulta que es el árbol favorito de los gorilas de montaña. Para comprobar si la reforestación funciona, Wilderness ha instalado cámaras por todo el recinto del lodge. Y... ¡sorpresa! ¡Dos días antes de mi llegada se avistaron los dos primeros gorilas explorando la zona!
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